jueves, 9 de abril de 2020

¿No lo sientes?


Un Jueves Santo más reluce el sol cuando amanece. A través de las vidrieras de la iglesia de San Agustín la luz hace resplandecer el interior de un templo que custodia los pasos presididos por el Señor de la Redención y María Santísima del Consuelo. Por la mañana, sus rincones son testigos de sonrisas e ilusión por lo que está por llegar. El trasiego de cofrades no cesa, llegan del barrio y también desde otros lugares lo hacen aquellos que ya no viven allí donde se criaron, llegan también los que traen una rosa blanca a modo de presente, tan pura y cargada de simbolismo, que sella nuevamente un vínculo forjado y pulido a través del tiempo. ¿No lo sientes, amigo?
La tarde avanza, el templo no se queda vacío, comienza el Triduo Pascual. Cuando terminan los Oficios, un último ritual va repitiéndose en cada hogar: el nazareno viste su túnica, esa a la que tantas miradas ha dedicado desde que planchó y colocó en una percha bien visible, la mantilla se coloca el luctuoso velo que heredó de su madre o abuela y el costalero se ciñe la faja y enrolla un costal que sostiene tanta devoción como sacrificio. Todos se preparan, todos saben cual su lugar, todos sienten lo mismo manifestándolo de diferente modo y llega el momento en que juntos se hacen Silencio. Es entonces cuando el gran portón chirría como un grito desgarrado y sale la Cruz de Guía como preludio de lo sagrado. ¿No lo sientes, cofrade?
El barrio arropa a la cofradía que avanza paso a paso. Un río de luz inunda el camino recorrido, luz de los cirios y luz de fe. Los capirotes blancos se atisban desde la lejanía, las primeras cuentas del rosario empiezan a deslizarse entre los dedos y se oye una sinfonía acompañada de un susurro sordo, firme y acompasado. El río parece tornarse torrente cuando llega al Paseo, el tiempo pasa pero la contención continúa, es la penitencia hecha Silencio. La catedral abre sus puertas como brazos que se extienden hacia su pueblo, una oración se oye en la noche. La gente contempla abrumada al Redentor descendido y el llanto de María que reparte consuelo. De nuevo la estrechura marca el camino que tiene ahora una suave pendiente, como si del mismísimo ascenso al monte Calvario que hiciese Jesús se tratase. ¿No lo sientes, nazareno?
El camino se acerca a su fin, pero este aún no será cuando se cierren las puertas del tempo, todavía no. El murmullo exterior contrasta entonces con el silencio que sigue imperando dentro. Todavía restan algunos instantes cargados de emoción apenas contenida entre los allí congregados. El silencio lo sigue impregnando todo, solo algún sollozo se permite atravesarlo y las miradas se empiezan a cruzar cómplices. Son los últimos minutos de reflexión y oración ante Ellos, Redención y Consuelo. Se da por finalizada, ahora sí, la Estación de Penitencia. Se rompe la calma y termina todo, pero todo termina sabiéndose que acaba ya de volver a empezar. ¿No lo sientes, hermano?.