Toda la tierra, estremecida, cabe
bajo la sangre fiel que la levanta,
y sufre en esta herida que quebranta
con siete espadas tu agonía grave.
La lenta flor de tu mirada sabe,
cuando a los yertos miembros se adelanta,
hacerse hiedra de su triste planta
y erguir los cielos con fervor de ave.
Bajo la cruz, sin venas que la guarden,
llega hasta ti la savia enaltecida
donde el tiempo remedia sus rigores.
Y estás, ante los astros que no arden,
pariendo, Virgen, nuestra propia vida
como pariste a Dios, más con dolores.
A la Virgen María al pie de la Cruz
Dionisio Ridruejo Jiménez (1912-1975)