miércoles, 8 de abril de 2020

Macarena, sueño y realidad


por Daniel Valverde Miranda

Lean bajito, con el aliento justo para que las cuerdas vocales no vibren; con arañar delicadamente el aire es suficiente. Los cofrades nos entendemos también en los silencios. Lean bajito, el sueño es débil y la realidad demasiado áspera. No merece la pena despertar. 
Nos ha venido acompañando en estos últimos meses de una manera muy especial. Siempre lo hace, pero desde que el miedo, disfrazado por momentos de terror, se instaló en los despertares recientes, en las ondas de radio, en la frialdad de las cifras, en los mensajes y las conversaciones, Ella nos ha acogido con un coraje mayor del que acostumbra y una sensibilidad más sedosa de lo habitual. Cuando nada parecía posible, cuando el cielo mostraba su oscuridad más opaca a pesar del brillo de su azul, cuando todo andaba perdido en la tacaña inmensidad del hogar convertido en la atalaya desde la que divisar la marcha del tiempo, sabíamos que el único asidero era su nombre; la Madre, La Esperanza. Y es que al invocarla parecen rasgarse las nervudas costuras del firmamento, llenarse de luz los pérfidos recovecos del viaje hacia la fe, diluirse los augurios nocivos que agitan nuestra conciencia; parece que llega Ella y emerge la acepción más valiosa de la vida. 
Hoy es su día, y como siempre que Ella llena la calle, el nuestro. Miércoles de apellido Santo en Almería. Miércoles jaspeado con predominio del verde en sus más diversas tonalidades, Miércoles de Amor y Macarena tejidos por el hilo común de la Esperanza, Miércoles de Lastrucci y de un Dubé cuyas manos derramaron tanta devoción como dolor dejaron con su partida, diciéndonos adiós cuando aún no habíamos regresado de darle el último abrazo a Luis y amalgamando las lágrimas derramadas por uno y otro. El 2019 ha sido cruel, jamás hubiéramos pensado que este 2020 lo iba a retar y lo ha hecho con la ojeriza más venenosa. Vayamos a lo de hoy, que no es cualquier cosa ni cualquier día, hoy es Miércoles Santo.
Sigan leyendo bajito, como queriendo cuchichear con su alma. 
Y llegó, tras cerrar el tintineo del Santísimo Cristo del Perdón el telón de un Martes de ensueño, el día de la Esperanza. También de la majestad de un Cautivo, Señor de Almería, al que prendieron para dolor del sentir mercedario. Y de un Calvario envuelto en la brisa marinera que empuja las Lágrimas de un barrio varado en el fervor.  El Miércoles Santo en Almería es un día hecho a la medida de la fantasía de un pueblo entregado a su religiosidad. Hay que venir a Almería, al menos, una vez en la vida; además hay que hacerlo en Miércoles Santo para ver una ciudad a hombros de la fe. 
Por las latitudes de San Blas, los corazones laten al ritmo de los naturales de Pepín, poderosos y con la cadencia justa para no trastabillar el viaje, cogiéndole el aire a una mañana que se vestirá de marino y gorra de plato para balizar la entrecalle macarena con el Ángel Custodio que tanto se ha afanado estos días pasados en mantener el orden dentro de un mosaico urbano convertido en el más absoluto de los desórdenes. Los miembros del Cuerpo Nacional de Policía, hermanos honoríficos al alimón con el maestro lorquino, serán los protagonistas de la mañana del miércoles en San Ildefonso en la celebración de la misa de nazarenos que congregará en los bancos de la parroquia a hermanos y fieles que apuran las últimas horas, conteniendo la respiración en un continuo vaivén de miradas rebosantes de entusiasmo hacia sus Titulares. Acudan raudos si la mañana se lo permite, el Miércoles macareno rompe al alba y desde ese preciso instante se vive un ramillete de emotivas escenas plenas de solemnidad como la entronización del Ángel Custodio, el homenaje a los caídos o la bella interpretación del himno de la Policía Nacional en la voz de sus agentes. Pero si he de elegir una flor de ese ramillete tempranero de instantes me quedo con el beso a Francisco Javier, el abrazo a Antonio, el guiño cómplice a Paco o la sonrisa cruzada con Adrián. Las personas son la eterna fortuna de una hermandad.  
El tramo vespertino también se abre de capa sin ceder espacio a la sobremesa, queriendo alargar las horas contadas. El primero en coger sitio, un Relampaguito que presume de reciedumbre frente a su plaza atento a lo que ocurre en Nuestra Señora de las Mercedes, estrecha galería de piedad que, a las cinco de la tarde, cuando aún queden más dos horas para que el Diputado Mayor llame a la puerta de la gloria, ya será un riachuelo de fieles, con el caudal que la calle permita, hablando de lo que está por llegar. 
El reloj parece mostrar su impaciencia en unas manecillas temblorosas inquietas por alcanzar las siete y veinte. Y las marcará. Será entonces cuando la llamada más tensa a una puerta abra, como sus mismas hojas, los corazones de quienes se desbordan por los cantos de su piel en el interior del San Ildefonso. Como al romper el paseíllo en el centenario coso de Vilches, la cruz de guía recoge el calor del respetable en su primera ovación. Ha detonado el entusiasmo. No despierten, yo se lo cuento; La Macarena está en la calle. 
A partir de ahora, el reguero de emociones no tendrá continente que lo albergue, se arremolinarán a la vuelta de cada esquina, en el bullicio de cada plaza, arracimándose en el balcón desde el que se clama salud, en la mirada del niño que inocente pregunta o en las risueñas mariquillas de la Señora. 
Y llegaremos por Mercedes a una Plaza de Toros con los mantones de agosto convertidos en ilusiones de abril, con los tendidos en su puerta grande. Hoy la faena no está en el ruedo ni viene cosida a la muleta, lo hace al compás del andar del Señor de la Sentencia con su nueva túnica bordada y al contoneo de la Macarena siguiendo las huellas de su Hijo en la alfombra de sal que es el albero almeriense. Sí, llevan razón, no me había fijado, las nuevas bambalinas son un tesoro. 
De ahí, y de nuevo por Granada, hasta San Sebastián, donde tras el Triunfo de una revirá eterna para encarar la plaza, espera el Cristo del Amor infinito para encontrarse con María. Es Miércoles Santo, y se palpa en una Puerta de Purchena que borra con sus gentes la confluencia de las calles que la nutren, con Manuel Pérez García y Tiendas rebosando alegría, con una Soledad que ha dibujado la sonrisa más efímera al ver que aún hay Esperanza, que el lector no ha concluido, que aún, con el alma en vilo, todo está por decidir en Flores, Langle o San Pedro. Allí, en la angostura de Ricardos, escenario eucarístico del Domingo de Ramos, van a reunirse las tres virtudes teologales cuando la vecina más bella del centro, María Santísima de Fe y Caridad, cruce su mirada con la Esperanza. ¡Qué momento para celebrar un cuarto de siglo hermanados!
Y todo continuará por los nuevos caminos macarenos de Almería para, tras pasar por la Catedral, volver por San Indalecio y Lope de Vega hacia un barrio que lentamente despierta tras sus horas de sesteo en soledad. Los ecos de Santa Cruz y Torredonjimeno agitarán las Cruces; Perdón y Silencio aguardarán, vara en mano, el paso de un Jesús Sentenciado en volandas de la música de siempre y de una Macarena con su equipaje repleto de piropos y súplicas. El Miércoles Santo consume, chicotá a chicotá, el pabilo que el sol encendió en su alboreada, apagándose definitivamente en el penúltimo abrazo de sus hermanos bajo el cálido techo de su templo. Todo será entonces pasto del recuerdo, el mismo que ha alimentado este relato de amor y fe. No despierten todavía, no salgan ahí fuera, es demasiado pronto. Si abandonan este sueño para perderse en la realidad, no suelten la mano de la Esperanza.