por Antonio Andrés Díaz Cantón
El Domingo de Ramos que mejor conozco es una película que comienza en mi casa donde ya tras más de dos décadas empiezan a vivir junto a nosotros muchos recuerdos. En la entrada hay un espejo grande de pie, de cuerpo completo, a modo de cristalina barrera que se transforma en una clara bruma plateada que se disuelve invitándonos al contacto con nuestras manos, y es que siempre me ha parecido mágico que lo que el espejo nos ofrece no es otra cosa que la imagen más fiel y al mismo tiempo más extraña de nuestra propia realidad. Una especie de viaje a otro mundo paralelo, pero a la vez es un viaje a nuestro interior, a ese otro yo que encierra nuestro subconsciente. Y en esos instantes empiezo a imaginar cómo debe de ser el mundo al otro lado del espejo de la entrada de mi casa, y me sorprendo al comprobar que se puede pasar a través de él, y descubrir de primera mano lo que ahí ocurre. Y así lo hago y paso a otra entrada a otro pasillo, los mismos pero invertidos, y todo se hace al revés en una mañana de Domingo de Ramos en la que todo va a comenzar y a la vez todo se nos va a ir escapando ya de las manos. Y es que parafraseando a uno de nuestros pregoneros, tras el cuentacuentos de cuando éramos niños que al llegar la noche, y antes de acostarnos, rezábamos una oración antes de dormir, y juntábamos las manos entrelazando los dedos con otras de quien nos enseñó tanto a ir de la mano por el mundo como también a rezar. Y con un beso en la frente nos despedía hasta mañana, y al lado junto a la mesita y en una silla la camisa, el pantalón corto hasta la rodillas, los calcetines de hilo y los zapatos nuevos dispuestos a ser estrenados por la mañana, pues a través de este espejo ya es Domingo de Ramos, un Domingo de Ramos escrito por todos los almerienses y en esta ocasión a través de mis manos.
Y si este Domingo de Ramos a través del espejo nos va a ser distinto y diferente a nosotros, los hay para el que todos los años siempre es diferente. Diferente para los que nunca lo podrán conocer tal cual lo vivimos, porque su realidad no es la misma que la nuestra, porque viven en el mismo mundo paralelo que el nuestro y a la vez en el suyo lejano, donde se les escapan las ideas y luchan constantemente por atraparlas. Un mundo de querer comunicarse con palabras, y no pueden, un mundo interior lleno de un vendaval de sentimientos, de frustraciones y de sueños incumplidos que llevan dentro, como prisioneros de sus deseos de libertad.
Diferente para los que solo dan un disgusto en su vida, en el parto, cuando nacen, el resto de su vida son niños y niñas especiales que siempre dan alegrías, y que tienen que luchar toda su vida contra los que nos decimos normales. Que casi siempre vienen al mundo de madrugada, como si fuera en una eterna primavera, salen fuera, y nos atraviesan para siempre con su latido. Y a los que les pedimos que nunca dejen a nadie que decida por ellos, que nadie les impida ser lo que quieran ser, que sean dueños de su tesón y de su capacidad, porque así seremos conscientes de su esfuerzo, porque el ser discapacitados es ser valientes, y el que piense lo contrario, ese sí que es diferente.
Diferente hoy más que nunca, para quienes no oyen como nosotros oímos, ya que las palabras de este artículo solo les pueden llegar a través de la lectura; diferente para los que no pueden disfrutar de escuchar Reina de Reyes, La Pasión, Campanilleros, Cruces Macarenas o Bajo tu palio Merced, ni lo podrán disfrutar en esta vida. Diferente a los que no saben por qué nos gusta tanto el arranque de Estrella Sublime o el trío de Siempre la Esperanza; a los que nunca oirán las bambalinas de Paz, Ángeles, Estrella o Fe y Caridad, resonando con el roce entrevarales de palios por Tiendas, Las Cruces, Lope de Vega y Mariana, y tan solo vestidas con la luz de las candelerías de sus pasos, en esos momentos tan bonitos de la mañana o de la noche en que veríamos marcharse a la Virgen Dolorosa camino del Espíritu Santo, Santa María de los Ángeles, San Isidro o San Pedro Apóstol, y al compás imaginario y literario de la prosa poética de los Salas, Vilches, Calderero, Escámez, Valverde, Márquez, Campos, Haro, Sagredo, Díaz, González y Pérez de esta ocasión.
Y nosotros nos quedamos solos, pisando el suelo que un momento antes pisaron sus costaleros, dudando entre rematar en Altamira, Los Ángeles, Regiones o por la glorieta de nuestro Casco Histórico, porque para que ocurra lo de este día hemos tenido que estar esperando todo un año, y se nos escapa de la memoria sin darnos cuenta. Diferente de los que viven en un mundo de silencios, no escucharán las campanicas tintineantes que anuncian al Hijo de Dios al lomo del borriquito de la ilusión de una antigua vega baja de Barrio Alto, con cortejo de niños hebreos. Y ese mismo Hombre que en la vespertina tarde almeriense va acompañado de sus doce amigos, cruzando las calles hartas de bullicio de una ciudad conventual por testigo. Diferente porque quisiera hacerles llegar mi voz a los que no saben cómo es el rugido de expectación de barrio en La Plata o en Alta de la Iglesia, después de la larga espera, cuando los ciriales pisan la calle, confirmando que el mejor de los nacidos está a punto de dar la mejor de las chicotás con el izquierdo por delante. Me dirijo a los que ignoran el crujido de los pasos, y bajo los pasos las trabajaderas, y bajo las trabajaderas los potentes músculos para dirigir la marcha. Las traseras como popas del barco para empujar dirigiendo el avance, y las delanteras, como formidables proas en magníficos símbolos de la resistencia sobre todo en los palios. Corrientes y fijadores, como quilla y cuadernas de la bodega, piezas imprescindibles de la estructura de la nave. Y los cuatro pateros como timoneles claves en los giros y en las revirás, trabajando mano a mano con los costeros, para que el arte bonito y bendito de babor a estribor ofrezca la estabilidad necesaria para que no se descomponga la estética caminante del andar humano.
Diferente para los que nunca notarán cómo se descompone una marcha cuando la banda nos deja atrás, invirtiendo el orden de los instrumentos, mientras se disuelve la espera y nos quedamos con la mirada clavada en un manto, una corona y unos candelabros de cola.
Diferente para aquellos a quienes la vida quiso poner más trabas de las que ya de por sí tiene para todos nosotros, pero Dios y su Bendita Madre les mantiene la gracia de ser y estar vivos en Almería, la ciudad donde siempre existe la Semana Santa.