martes, 7 de abril de 2020

Cómo contarle, querido lector

por Juan Francisco Escámez Trujillo
Aunque no quieralos nervios se han presentado sin avisar, y como es habitual, desde primera hora de la mañana. He intentado desayunar con normalidad, pero he visto la túnica perfectamente colocada en el perchero y algo se ha removido dentro.
Aunque lo desee, las manecillas del reloj no van a girar más rápido que ayer para hacer más liviana mi espera. He intentado seguir mi rutina diaria, pero no logro centrarme.
Aunque lo tuvieray me refiero a ese don de transmitir sensaciones que poseían los grandes literatos, creo que no sería capaz de reflejar lo que un hermano sentirá hoy. Lo que sentiré esta noche de Martes Santo. Porque siendo sincero con usted, querido lector de estas líneas, por muchos años que haya vivido la experiencia del Martes Santo junto al Cristo del Perdón, me veo incapaz de trasladarle cada sentimiento de este esperado día, pero sobre todo, de esta ansiada noche.
Sería difícil describirle la impaciencia por la lentitud parsimoniosa del avance del tiempo durante el día, comprobando repetidas veces el estado del hábito, o revisando la medalla, símbolo de este grupo cristiano que pone todo su corazón y su alma, para convertirse en hermandad una única noche al año. Impaciencia, que quedará olvidada con la llegada a casa del primer hermano para compartir el íntimo acto de revestirnos con la túnica negra o de atar el nudo del cíngulo a la cintura. Tiempo, que se volverá caprichoso y cuando llegue la oscura noche, no cejará en su empeño de querer pasar rápido, privando de horas de rezo y comunicación interna con Cristo, durante la estación de penitencia.
Sería complicado contarle como es ese primer escalofrío que recorre tu cuerpo producido por el contacto de los pies descalzos con el frio suelo de la iglesia de San Ildefonso. Pies de unos hermanos costaleros que mantendrán un ritmo sosegado durante el Vía+Crucis de esta noche siempre siguiendo las órdenes mandadas a golpe de báculo.
Criado en el seno de una familia con profundas tradiciones cristianas que han sido perfectamente heredadas y transmitidas, quien le escribe, conoció la Semana Santa de Almería un Martes Santo de la mano de mi tío José. Él no lo sabía, pero aquella noche me hizo un regalo. Me regaló el encuentro con aquel Cristo crucificado que tan claro podía percibir su olor a rosas, que tan fuerte escuché su golpe atronador, que tan acompasado vi avanzar entre fuegos, que tan interior sentí su mensaje en el pecho y que tan fulminante me dejó sin saliva.
Entenderá con todo esto, que ya no quisiera separarme de Él ningún Martes más. 
           Y ahora, querido lector de estas líneas, mientras me acompaña a la llegada de esta anhelada noche de emociones, siendo partícipe de esta impaciencia de un hermano del Perdón, y que he intentado hacerle llegar, le quisiera pedir un favor: al caer la noche, y esperando desde la acera atisbe la llegada de la Cruz Guía bajo los golpes de los tambores y timbales, cuando la cadena de faroles iluminen el camino por el que posteriormente pasarán las andas fúnebres de madera negra, abra el corazón y prepare el momento para comunicarse con este Cristo que impresiona, que transmite y que hace sentir la devoción cristiana a un pueblo almeriense que cada Martes Santo le acompaña, así como Él, el Cristo del Perdón, nos acompaña cada día, colmando nuestras vidas de Esperanza, Caridad y Amor al sacrificio.