Anoche se escenificó el último capítulo para que los desfiles procesionales de nuestra ciudad se conviertan en estaciones de penitencia, un anhelo histórico de la gran mayoría de los cofrades desoído por muchos hermanos mayores e ignorado durante años por los presidentes de turno de la Agrupación. No se podrá entrar en la Catedral, de momento tan sólo se accederá a la puerta de Juan de Orea, suponemos que abierta de par en par, como también libre de figurantes y sobre todo de altavoces, no convirtamos aquello en un sermón, que los cultos cuaresmales habrán dado ya suficiente de sí. Por ahora, pasar por delante y detener los pasos algún minuto, de desfile a estación y de paso, un reencuentro con los pocos espacios que quedan en nuestra ciudad más apropiados para el transitar de las Cofradías.
Aunque el sí, algunos dicen que forzado, de la mayoría de los hermanos mayores, era casi definitivo -¿en qué lugar hubiera quedado el obispo de haberse negado?-, anoche se tramitó que lo oficioso fuera de oficio. Es un poco tarde, menos de un mes para la Cuaresma, y a algunos hombres de poca fe les ha cogido casi por sorpresa -en cuanto a horario e itinerario se refiere- vamos, que no tenían todavía previsto lo que debía haber sido el plan A. Por fin, que decimos muchos, pero... esto no ha hecho más que empezar, planificar un parcelamiento de sillas adecuado -dejémonos de gradas-, poner a la venta los abonos y las sillas sueltas -ni una gratis- y no cejar en el empeño, ahora que están en obras, de que la carrera empiece en una cerrada y engalanada Plaza de la Constitución.
Felicidades a José Antonio Sánchez Santander, aunque todos hayan querido, sin un presidente que lo propiciara esto hubiera sido imposible, experiencias anteriores las hubo y alguien impuso que la unanimidad suplantara a la mayoría absoluta.