sábado, 13 de abril de 2013

La “cofrade” María Antonia Abad

La recientemente desaparecida María Antonia Abad Fernández (1928?-2013) Sara Montiel, dejó una profunda huella en el mundo cofrade de la recién reorganizada Semana Santa de comienzos de los ochenta y que aquí, ya que la memoria es flaca y de corto alcance, queremos recordar; ahora que con la muerte del personaje nos lo envuelven en panegíricos que rayan el delirio con afán de elevarlo a mito, algo por otro lado tan español –incluso alguna de sus más fieles enemigas se ha personado como una compungida dolorosa envuelta en lágrimas a las puertas de su domicilio-. 

Se presentó una oportunidad a la Agrupación de Cofradías el verano de 1985 que resultó ser un caramelo envenenado, el ínclito concejal de cultura Roque López López (PSOE), le ofreció el recinto de conciertos que con motivo de la feria se montaba en la playa de las Almadrabillas para que la Agrupación organizara un evento con anterioridad a las fiestas  a beneficio de las Hermandades. La cosa fue algo precipitada, para entonces los artistas del momento tenían cerradas su giras, se pretendió uno de los grupos de pop rock de más éxito, Objetivo Birmania que al tener comprometida la fecha no pudo venir. Entonces,el intermediario artístico Sebastián Claret, de Espectáculos Alcazaba, ofreció dos alternativas, la gran señora de la canción María Dolores Pradera  o Sara Montiel.  En una reunión de urgencia de la Agrupación se rechazó de plano a la Pradera pensando que la Montiel, que nunca había actuado en Almería, llenaría el recinto, con aforo para 3.000 personas, por su cara bonita, los precios de las entradas eran de 1.200 pesetas general y 600 pesetas para los jubilados. El fracaso fue estrepitoso, apenas se vendieron 50 localidades, había que ver la cara de la artista en el camerino antes de actuar aquella noche del sábado 3 de agosto, pero se sobrepuso y salió a escena, por llamar de alguna manera a aquel tablao infumable, como si de un abarrotado Madison Square Garden de New York se tratara, y es que no iba a perder el millón de pesetas de caché que cobró religiosamente, nunca mejor dicho, sin perdonar un céntimo o negociar una suspensión del concierto con el menor perjuicio para ambas partes, conociendo además, que se trataba de un espectáculo benéfico. Para hacer frente al pago, la Agrupación hubo de suscribir un préstamo y evitar así males mayores, ya que se le dijo que la demanda de la Montiel supondría un gran quebranto económico amén de los consabidos trastornos judiciales, que se fue saldando a costa de renunciar a la pírrica subvención que el Ayuntamiento de la época ofrecía como indecente limosna a cada una de las entonces diez cofradías agrupadas -25.000 pesetas- completando el resto la propia Agrupación con lo que percibía de otras entidades. Las cofradías siguieron siendo pobres, como siempre, pero decentes como nunca, con la lección bien aprendida jamás se han vuelto a pasear, al menos agrupadas, por el incierto y ajeno mundo del show business